miércoles, 15 de junio de 2011

El fuego

Y entonces el sol salió por el horizonte y ya nada quedaba del fuego ardiente...

Comenzó como una pequeña chispa. Chiquita. Nada especial. Las cosas empezaron esa noche con un pequeñísimo e instantáneo momento que estaba destinado a generar una bola ardiente de calor, y su inmensidad nunca fue sospechada por nadie.



Realmente así comienzan la mayoría de estas historias, un él y un ella que se conocen y surge esta pequeñísima chispa. Una mirada furtiva en medio de una multitud de gente. Un tropezón equivocado muy adrede. El roce en una mano. Como todos los cuentos, él y ella se pertenecen. Por una noche. Por toda una eternidad.

Un disculpa mirando atentamente a los ojos. Una sonrisa furtiva. Invitación a un baile, siendo lo más macho él, lo más sensual ella. Bailaron un rato hasta que ella le susurró al oído que tenía sed. Se apuraron a la barra, y pidieron un trago. Se dedicaron a los movimientos de la noche en ese lugar pequeño, concurrido y ruidoso, tratando de no ser aplastados, pero agradeciendo la oportunidad de poder rozar sus cuerpos sin culpas. Otro susurro, pero fue él: vamos a un lugar más tranquilo. La chispa allí creció, y se convirtió en una tenue llama. El fuego de un encendedor. 

Salieron de allí y en el frente del local se sentaron a hablar. Él es Ingeniero en algo. Ella es Comunicadora Social. Se preguntaron si les gusta el local. Es la primera vez que ella va, no sale mucho de noche, suele trabajar a esa hora. Él viene de vez en cuando con amigos ¿Tienes hambre? y se van a uno de los pocos lugares abiertos a esa hora a comerse una arepa rellena. Él la mira, ella se sonroja. Comen rápido y se marchan. En el carro de él se besan. La tenue llama se convierte en fuego que comienza a quemar los cuerpos de los dos. Se detienen y se miran. Es muy difícil aplacar el incendio que se viene. 

De pronto él le pregunta si conoce el mirador, y la lleva. Después de estar allí en ese mirador besándose y consumiéndose, él la toma de la mano y se la lleva de nuevo, esta vez para su departamento. En silencio ella lo sigue, pues el fuego ya ha incendiado sus cuerpos. Pueden sentir el calor bajo su piel. Sienten las vibraciones que hace para ser liberado y consumido.


Lo que quedaba de madrugada comenzaron los juegos del calor. Se consumieron mutuamente. Y se amaron, ¿por qué no? Sin ropa y rozándose, mordiéndose, lamiéndose y gimiendo. Una. Dos. Tres veces. Como todo fuego, hubo explosiones. Ella lo abrazó y él la acurrucó un poco. Pero salió el sol por el horizonte, y el fuego ya se había extinguido. Sólo quedan las brasas tibias en una mañana fría y llena de cenizas.

Oriana Swidarowicz.
16/06/2011

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