Raspabas mi cuello con tu barba mientras besabas el inicio de mi lóbulo, y me susurrabas todas las cosas que deseabas hacer con mi cuerpo... Yo yo me escurría en tus manos, movida por el calor que se siente cuando la llama se enciende y tu supiste cómo prender el pabilo de mi fuego.
Siempre fuiste el hombre prohibido, ese al que no podía tocar, mirar y mucho menos desear... Quizá por eso te desee desde el primer momento. Ella siempre me pareció sosa y aburrida, de una belleza increíble, pero sin mayor gracia que sus pechos o su cabello. Mientras que tú... Con tu mirada pícara e inquisidora, mereces a una mujer que te enloquezca con su cuerpo, su mente... sus palabras.
Te conocí cuando te llevó a una de esas aburridas fiestas sociales, donde todo es aparentar. Llegaste con tu traje negro elegante, y yo con mi vestido rojo insinuante. Y te lució como una medalla olímpica, como si de un premio se tratase... Nos contó mil veces cómo te encontró en internet y lo maravilloso que eras. Y tus ojos me contaban otra historia muy diferente, donde ella era la tonta que siempre fue, y tu el cazador. Todos reconocemos a nuestros iguales.
Así que desde esa noche quedaste prohibido para mi, porque eres de ella. De esa forma se estableció, y no pensaba violar el pacto implícito, esto hasta que te presentaste en mi trabajo buscando ayuda, y todo surgió solo... Un comentario sobre mi vestido, y una sonrisa cálida mientras nuestros ojos medían la distancia faltante hasta el beso. Y nos sonreímos toda esa tarde, así como el día siguiente, y el que le seguía a ese. Hasta que nos fundimos por fin en el primer beso en tu departamento.
Pronto voló la ropa, y las carnes se juntaron para dar paso al fuego, la pasión y el deseo. Y mientras tu barba me raspaba, nuestros cuerpos se reconocían, y por mi mente pasó su cara varias veces, pero tus manos me manejaban con experticia digna de un maestro.
Ignoro si por tu mente pasó la existencia de su relación, o si alguna foto mental guardabas mientras acariciabas mi espalda y me hacías gemir... Pero sí supe de inmediato que si ella estaba en algún lugar de tu mente, no la podías ver mientras me tenías en frente o mientras mis dientes rozaban tu piel.
Durante las noches te esperaba en mi casa, y en el día me esperabas en la tuya. Durante miles de días acariciaste mi piel mientras actuábamos nuestros papeles de novio perfecto-mejor amiga y nos hicimos cómplices en el delito, amamos cada minuto. Hasta que las noches y días se mezclaron en una vorágine vertiginosa que nos envolvió en nuestras telas, y comenzaron a surgir palabras y culpabilidad... Que se tatuaban en mi con cada roce de tus dedos, y cada beso de tus labios.
De repente ya no estábamos solos en la cama, y teníamos el peso que sólo se siente cuando surge el amor. Era tarde para no enamorarnos, y temprano para comenzar a sentir dolor. Y nos dimos cuenta de que en medio de las llamas que nos incendiaron mucho tiempo, nunca estuvimos solos, porque nos reconocimos mutuamente, tu en tu traje negro, yo en mi vestido rojo... tu llevando del brazo a una amiga, y yo sola mirando desde fuera... Mientras a escondidas jugábamos a estar juntos, frente a todos jugábamos a no soportarnos...
Hasta que alguien se diera cuenta de los raspones que me deja tu barba.
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